jueves, 15 de julio de 2010

La patria es una camiseta

Sudáfrica 1995. Los Springboks, el combinado de Rugby de la minoría blanca juega bajo la bandera de la nueva Suráfrica de Nelson Mandela. En principio, ni los blancos se identifican con la bandera ni los negros con el equipo, pero los Springboks ganan el mundial y se convierten en el símbolo de todos. Unos y otros se enfundan en la vistosa bandera surafricana y aprenden a recitar la alineación de la selección nacional y los versos en xhosa, zulú, afrikáner e inglés del hermoso himno nacional sudafricano, Nkosi sikele iAfrika.
Sudáfrica 2010. El Barça juega bajo la bandera de España y gana la copa del mundo (jojojo). La historia se repite: jolgorio y trapos de colores que se convierten en lo único que une y que puede unir a gente de muy distinta condición social y forma de pensar.



Nelson Mandela y Vicente del Bosque, --que comparten el hecho de tener cara de buenas personas y haber hecho cosas en la línea de demostrar que, además, lo son--, nos enseñan una gran lección: hoy en día, las patrias, las naciones... son una camiseta y nada más que una camiseta. Y menos mal. Mucho más que esencias étnicas, ideológicas o culturales, la patria en el mundo posmoderno es un icono pop. Una camiseta y un eslogan... nada de batallas, mártires o catecismos que son, al mismo tiempo, más aburridos y más peligrosos.

Ha habido algo que me ha emocionado de estos días de delirio colectivo tras la victoria incuestionablemente merecida de la Selección Española en el Mundial. Me he emocionado, pero no porque me sienta especialmente orgulloso de la hazaña deportiva (lo disfruté mucho como espectáculo, pero sin más), y mucho menos me emociona el despliegue de simbología nacional en las facha-das. Estos días me he emocionado porque creo que lo que ha sucedido es lo contario a una exhibición nacionalista: me he emocionado por ver que España (mi país, que antaño fuera un lugar opresivo, de vergonzantes estereotipias raciales y culturales) puede ser hoy simplemente una camiseta que le vale igual a un senegalés que a moldava que a uno de Barcelona que, por otra parte, es transexual.

Yo vi el partido en la casa de un amigo en la zona de Alvarado, la pequeña República Dominicana de Madrid. Salimos y una gigantesca fiesta copaba todo ese tramo de la calle Bravo Murillo. Bailaban juntas personas de como veinte nacionalidades distintas y todas ellas enfundadas en trapos rojigualdas. Un niño oriental que iba o venía junto con su familia me envolvió en la gigantesca bandera que llevaba y gritó "¡viva España!". No me quedó más remedio que responder "¡Viva!".

4 comentarios:

Unknown dijo...

Y la camiseta es reversible !!!!

. dijo...

Visto así... pase. Pero me parece un simple anestésico hábilmente suministrado, la verdad.

Anónimo dijo...

'Hace ya tiempo, desde que no le vendemos los votos a nadie, el pueblo se ha desecho de preocupaciones; pues el que en otro tiempo otorgaba el mando, las fasces, las legiones, todo, ahora se aguanta y solo desea con ansia dos cosas, pan y juegos de circo'. Satura X.
El eterno retorno de (prácticamente) lo mismo.

Sergio López dijo...
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