jueves, 28 de mayo de 2009

Fachalandia

Érase que se era un Reino en el cual durante cuarenta años no hubo rey. Hubo un régimen fascista dirigido por un señor bajito y con voz aflautada, que, además de más cosas, era un asesino miserable. Este señor siguió mandando sin que nadie lo impidiera hasta que murió de viejecito en la cama de un hospital.

Pero, colorín colorado, este cuento no se acabó ahí.

Treinta años después de la muerte del tirano, un caballero andante de la justicia, el Superjuez Garzón, quiso hacer lo que nadie en esas tres décadas había hecho: procesar judicialmente la dictadura de este señor bajito para saldar cuentas con el pasado, hacer justicia, rehabilitar el nombre de sus vítimas, etc.

No le salió muy bien y, además, un sindicato de extrema derecha, Manos Limpias, se querelló contra él por querer juzgar a la dictadura.

Eso no era de extrañar. Pero lo que vino después sí fue fabuloso: el Tribunal Supremo del Reino admitió esa querella infame y cutre a trámite... lo que causó el alborozo y el jolgorio del principal partido del país por número de afiliados. Mientras unos cuantos quijotes se rasgaban las vestiduras, las turbas se alegraban de que se parasen los pies a aquel pedante iluminado con delirios de grandeza que se creyó capaz de perturbar el descanso eterno del dictador.

Poco después, aquel Reino, elegía como su principal representante en el parlamento de Europa a Mayor Oreja, un tipo que, entre muchas otras perlas, calificaba la dictadura de aquel señor bajito, miserable y asesino, como "un periodo de extraordinaria placidez".

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