Llevo días echando con bastante nostalgia de mis años mozos y me he acordado varias veces de este buen hombre: José María Arteta (Madrid, 1953), alcalde de Móstoles entre 1995 y 2003 por el PSOE. Un tipo que, para mal o para bien, marcó a toda una generación de mostoleños que crecimos bajo su gobierno, por llamarlo de alguna forma. Txema Arteta, considerado todo un pionero en eso del soft power, tiene reservado un rinconcito en el corazón de todos los que fuimos vándalos adolescentes.
La mayoría de los mostoleños, en los sondeos de opinión, señalan que sienten muchísima más seguridad y tranquilidad desde que Arteta no es alcalde y ocupa el puesto de primer edil Esteban Parro, por el Partido Popular. A mi me pasaba al contrario. Me sentía más seguro con José María Arteta. Parro se convirtió en el azote contra el botellón, el graffiti, la compraventa de drogas blandas y las manifestaciones ácratas no autorizadas, asuntos de los que Arteta -se decía- pasaba ampliamente. Y a los que mis amigos y yo éramos adeptos en mayor o menor grado. Los jóvenes más adergraunds y la izquierda radikal comenzamos a reivindicar a Arteta siete minutos después de que fuera depuesto. También inventamos el término artetismo para definir su acción política que -decíamos con maldad- consistía en dejar hacer a sus asesores, concejales y policía municipal lo que fuera, mientras él no tuviera que hacer nada.
Con la misma mala baba solíamos mis amigos y yo imaginar diálogos ficticios como el que sigue.
-Alcalde, unos jóvenes han okupado la antigua casa de Correos, precioso edificio neomudéjar que, por nuestra inoperancia, lleva pudriéndose sin uso desde la llegada de la democracia. Sería cuestión de echarlos de ahí antes de que hagan algo mejor que lo que hemos hecho nosotros con ese inmueble histórico (nada) y quedemos en evidencia.
- Pero, ¿tendré que hacer algo yo?
- No.
- Entonces estupendo. Echadlos.
Arteta tenía bastante fama de vago, la verdad. Y también -y seguramente esto es absolutamente injusto- de vividor. Y por eso perdió las elecciones. Quizá fueran todo infundios generados, en gran parte, por gente interesada en quitarle de ahí. Yo tengo entre mi archivo cerebral de recuerdos la imagen del ex alcalde, hace como 12 años, paseando por el centro de Móstoles acompañado de sendas jovencitas, en plan velinas berlusconianas. Pero estoy convencido que es un falso recuerdo. Una alucinación generada por la rumorología unida, claro, al frecuente consumo de drogas blandas en el que incurríamos buena parte de los jóvenes sin que el Consistorio tomara cartas en el asunto.
También tenía mala fama Arteta por el hecho de no vivir en Móstoles. El candidato del partido popular, Parro, vivía en cambio en la urbanización Parque Coimbra y eso le dio votos. Parque Coimbra está fuera del casco urbano –3.000 chalets construidos entre el único bosque que quedaba en el término de Móstoles–, pero otorga a sus residentes la nacionalidad mostoleña, por más que muchos de ellos sean separatistas y se sientan más cerca del oeste pijo y boscoso –Villaviciosa, Boadilla, Majadahonda– que de la cabecera del suroeste proletario y desertizado.
De todos modos parece que la condición de ser alcalde de Móstoles es incompatible con vivir en el municipio: Parro y su familia se largaron al poco tiempo a Boadilla. Y eso que Parque Coimbra no está mal en términos de pijerío. Viven incluso VIPs como Mariano Mariano y aquel periodista calvo, bigotudo y gracioso que presentaba el informativo matinal de Telemadrid.
Arteta era un tipo entrañable. Su policía municipal nos pedía amigablemente que apagáramos las hogueras que hacíamos en el parque de La Rioja para calentarnos mientras hacíamos botellón en pleno invierno y nos recomendaba que, en la medida de lo posible, evitásemos lanzar objetos contundentes contra los trenes de Cercanías que pasaban al lado. Su oposición al movimiento okupa y la nula protección del casco histórico (dos líneas de actuación en las que el hiperactivo en comparación Parro ha profundizado mucho) impidió que nuestras relaciones con el entonces munícipe fueran mejores.
Nos metíamos mucho con Arteta, pero en el fondo no nos caía tan mal y lo terminamos echando de menos. Cuando Proyecto Kostradamus compusimos la canción de Móstoles en 2002, que era, en buena medida, un ataque directo contra él, ideamos un videoclip (que nunca se grabó) en el que aparecería Arteta (alguien disfrazado de él, con careta) en la piscina de El Soto: con bañador, tumbado a la bartola, nadando... pensamos incluso en que los cambios de ritmo de la canción deberían coincidir con imágenes del alcalde tirándose a la piscina con moviola: es decir, que cuando tocase el agua volvería a subir, en marcha atrás, al borde de la piscina. Eso una y otra vez. Graciosísimo, ¿verdad? Que ideásemos todo eso era prueba del carisma que tenía para nosotros este político.
La mayoría de los mostoleños, en los sondeos de opinión, señalan que sienten muchísima más seguridad y tranquilidad desde que Arteta no es alcalde y ocupa el puesto de primer edil Esteban Parro, por el Partido Popular. A mi me pasaba al contrario. Me sentía más seguro con José María Arteta. Parro se convirtió en el azote contra el botellón, el graffiti, la compraventa de drogas blandas y las manifestaciones ácratas no autorizadas, asuntos de los que Arteta -se decía- pasaba ampliamente. Y a los que mis amigos y yo éramos adeptos en mayor o menor grado. Los jóvenes más adergraunds y la izquierda radikal comenzamos a reivindicar a Arteta siete minutos después de que fuera depuesto. También inventamos el término artetismo para definir su acción política que -decíamos con maldad- consistía en dejar hacer a sus asesores, concejales y policía municipal lo que fuera, mientras él no tuviera que hacer nada.
Con la misma mala baba solíamos mis amigos y yo imaginar diálogos ficticios como el que sigue.
-Alcalde, unos jóvenes han okupado la antigua casa de Correos, precioso edificio neomudéjar que, por nuestra inoperancia, lleva pudriéndose sin uso desde la llegada de la democracia. Sería cuestión de echarlos de ahí antes de que hagan algo mejor que lo que hemos hecho nosotros con ese inmueble histórico (nada) y quedemos en evidencia.
- Pero, ¿tendré que hacer algo yo?
- No.
- Entonces estupendo. Echadlos.
Arteta tenía bastante fama de vago, la verdad. Y también -y seguramente esto es absolutamente injusto- de vividor. Y por eso perdió las elecciones. Quizá fueran todo infundios generados, en gran parte, por gente interesada en quitarle de ahí. Yo tengo entre mi archivo cerebral de recuerdos la imagen del ex alcalde, hace como 12 años, paseando por el centro de Móstoles acompañado de sendas jovencitas, en plan velinas berlusconianas. Pero estoy convencido que es un falso recuerdo. Una alucinación generada por la rumorología unida, claro, al frecuente consumo de drogas blandas en el que incurríamos buena parte de los jóvenes sin que el Consistorio tomara cartas en el asunto.
También tenía mala fama Arteta por el hecho de no vivir en Móstoles. El candidato del partido popular, Parro, vivía en cambio en la urbanización Parque Coimbra y eso le dio votos. Parque Coimbra está fuera del casco urbano –3.000 chalets construidos entre el único bosque que quedaba en el término de Móstoles–, pero otorga a sus residentes la nacionalidad mostoleña, por más que muchos de ellos sean separatistas y se sientan más cerca del oeste pijo y boscoso –Villaviciosa, Boadilla, Majadahonda– que de la cabecera del suroeste proletario y desertizado.
De todos modos parece que la condición de ser alcalde de Móstoles es incompatible con vivir en el municipio: Parro y su familia se largaron al poco tiempo a Boadilla. Y eso que Parque Coimbra no está mal en términos de pijerío. Viven incluso VIPs como Mariano Mariano y aquel periodista calvo, bigotudo y gracioso que presentaba el informativo matinal de Telemadrid.
Arteta era un tipo entrañable. Su policía municipal nos pedía amigablemente que apagáramos las hogueras que hacíamos en el parque de La Rioja para calentarnos mientras hacíamos botellón en pleno invierno y nos recomendaba que, en la medida de lo posible, evitásemos lanzar objetos contundentes contra los trenes de Cercanías que pasaban al lado. Su oposición al movimiento okupa y la nula protección del casco histórico (dos líneas de actuación en las que el hiperactivo en comparación Parro ha profundizado mucho) impidió que nuestras relaciones con el entonces munícipe fueran mejores.
Nos metíamos mucho con Arteta, pero en el fondo no nos caía tan mal y lo terminamos echando de menos. Cuando Proyecto Kostradamus compusimos la canción de Móstoles en 2002, que era, en buena medida, un ataque directo contra él, ideamos un videoclip (que nunca se grabó) en el que aparecería Arteta (alguien disfrazado de él, con careta) en la piscina de El Soto: con bañador, tumbado a la bartola, nadando... pensamos incluso en que los cambios de ritmo de la canción deberían coincidir con imágenes del alcalde tirándose a la piscina con moviola: es decir, que cuando tocase el agua volvería a subir, en marcha atrás, al borde de la piscina. Eso una y otra vez. Graciosísimo, ¿verdad? Que ideásemos todo eso era prueba del carisma que tenía para nosotros este político.
Nunca se llegó a grabar ese videoclip, pero hubiera sido un precioso homenaje al alcalde que estaba a punto de dejar de serlo. El gran Arteta, el primer edil que mejor ha representado la idiosincrasia y la forma de ser mostoleña, aunque viviera en Las Rozas.
En la actualidad, Arteta redime su fama de poco trabajador en el consejo de administración de Caja Madrid, donde, a buen seguro, suda la gota gorda día a día para llevar un digno salario a su hogar.
1 comentario:
Fantástica narración, me he reido mucho. Yo también soy de Móstoles y me acuerdo de este singular alcalde pero por entonces no tenía mucho conocimiento (en realidad ahora tampoco) así que no puedo juzgar si hacía poco o mucho por Móstoles. Sólo se que siempre se decía que no vivía aquí.
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